En el pasado, Dios era una mujer (reflexión personal)
Esta mañana, en el andén del metro de Plaza Cataluña (Barcelona), una chica intentaba calmar a su bebé pequeñísima que lloraba sin parar. Me senté a su lado en un intento (no sé si en vano) de mandar calor a la bebé y a la mamá. Estaba yo en esas, cuando me di cuenta de que todas las mujeres que pasaban por delante miraban a esa mamá y a esa bebé con ojos llenos de ternura, compasión y entendimiento. Una de ellas se acercó y se puso a hablar con la mamá. Y yo me puse a llorar en secreto, y no es porque estuviese premenstruando. Es porque me alegra saber que el llanto de una bebé pueda unirnos en algo tan sutil, concreto y fugaz como ese momento.
Si la sororidad pudiese ser ejemplificada gráficamente en y con algo, para mí tendría esa imagen: madres entendiendo a madres, madres cuidando de hijas, hijas cuidando de madres, mujeres cuidando de mujeres, personas cuidando de personas.
Ahí mismo, empecé a divagar entre las aportaciones a la historia de las mujeres como las de Gerda Lerner, Marija Gimbutas, María Encarna Sanahuja Yll, Mithu M. Sanyal, Silvia Federici…
Una historia de mujeres, cuya función de reproducción biológica, de cuidados y socialización y recolectora ha sido tanto o más indispensable que la caza para garantizar la “continuidad de los grupos”. El argumento sobre el que el patriarcado se ha erigido, basado en la condición biológica supuestamente “inferior” de las hembras (por parir) y en la condición supuestamente “superior” de los machos por ser cazadores y violentos es naturalizar un pasado obviando posibilidades de escenarios alternativos con el único objetivo de justificar un presente sexista y misógino. De hecho, esa condición biológica “supuestamente” inferior de las hembras pudo haber sido, en el pasado, el motivo que las colocó en la esfera económica, reproductora y social. (Zihlman, citada en Sanahuja, 2002)
María Encarna Sanahuja Yll, en su libro “Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria” cita a Adrienne L. Zihlman para defender “que es la recolección, y no la caza […] la que constituyó la estrategia fundamental para conseguir comida entre las primeras homínidas” y que estas no preferían a los machos más agresivos, sino a los “más amigables, los que conseguían más comida, los que manipulaban mejor las herramientas y los que estaban más dispuestos a compartir los alimentos, comportamientos aprendidos de sus madres”. Según Sanahuja, Zihlman también defiende que fueron las primeras homínidas las que inventaron los primeros utensilios para producir y manipular; y que la caza, de forma contraria al pensamiento común contemporáneo, emergió más tarde y sobre la base de este modelo recolector fundamentado en las hembras (Sanahuja, 2002).
Además, las investigaciones feministas en arqueología prehistórica traen a la luz la posibilidad de que, en esos entonces, ni la caza ni la crianza estuviese separada por sexo; sino que la división de las tareas se podría haber basado en proporciones corporales (relaciones de longitud entre brazos y piernas). De hecho, la participación de las mujeres en la caza se podría haber dado desde una posición de ojeadoras, mientras que los hombres eran los que “terminaban de abatir al animal”. Sanahuja cita a Testart para situar la exclusión de las mujeres en la caza por una cuestión simbólica que “prohibe el contacto de las personas o cosas marcadas por la sangre”. Si las mujeres sangran para dar vida podría ser peligroso que estuvieran en contacto con la sangre de la muerte. Aquí, me gusta parafrasear a Thiébaut: es posible que la menstruación fuese, de hecho, el origen de la división sexual del trabajo en la antigüedad.
Después, recuerdo a Mithu M. Sanyal y su más que recomendable libro “Vulva” y pienso claro que sí, claro que sí: en el pasado, Dios era una mujer. En el segundo capítulo de su obra, Sanyal encuentra otro origen histórico y etimológico a las prácticas y nombres hoy heredados atribuidos comúnmente a un antiguo todo masculino. La investigación de Sanyal apunta a que nuestra realidad contemporánea es fruto de una resignificación de un antiguo todo femenino. Por ejemplo:
“El famoso meteorito negro que se encuentra en el ángulo sudoriental del -desde el punto de vista actual- más masculino de los santuarios, la Kaaba de La Meca, es enmarcado por una cinta de plata con la forma de una vulva y representaba originalmente el genital de la diosa lunar Al’Uzza, según el filósofo árabe Al-Kindi (805-875). Al’Uzza, por su parte, es un aspecto de la triple diosa Al’Lat, la cual -y no Alá, como ha sido ya admitido- era venerada en La Kaaba en tiempos preislámicos”. (Sanyal, 2009)
Con este breve aporte, lo que pretendo decir es que el patriarcado ya no se puede justificar en un pasado cerrado e inmutable para naturalizar ciertos comportamientos sexistas hoy en día. El estudio de la arqueología prehistórica y la antropología (en sus diferentes ramificaciones) desde la perspectiva de género demuestra que la estructuración social, política y económica “no siempre ha sido como es ahora”.
Por lo tanto, me sirvo de la perspectiva construccionista para defender que el pasado ha sido construido por quienes en última instancia tomaron el poder: un grupo concreto de hombres que hicieron de su ideología y posición en el mundo, la ideología universal y se apropiaron de todo lo que una vez perteneció a la otra mitad del grupo, incluida la creación humana. Idearon un Dios macho/hombre temible y resignificaron negativamente a la hembra/madre mujer, y todo lo relacionado con ella fue desprestigiado, deslegimitimado, perseguido y criminalizado (Federici, 2010). ¿El motivo? Para responder, recupero esta frase referida a Hegel: “La envidia es una pasión. Nada grande se ha hecho sin pasión ni podría ser hecho sin ella” (Fuente: Filco.es).
Frase a la que le añado:
“A una opresión tan grande solo puede haberle precedido un gran poder”.
Hemos vuelto para recordarnos que fuimos Diosas, que no se nos olvide nunca.
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